ADOLESCENTES

Adolescentes y los problemas psicológicos dentro de esta etapa de la vida y desarrollo humano.

BULLYNG

 
 
 
La omnipresencia de la violencia ha alcanzado a todas las edades; no es de sorprender que la presencia de violencia entre escolares dentro del sistema educativo es solo la antesala para fenómenos de mayor escala a lo largo de todas las etapas de la vida.
Cuando se habla de violencia es normal establecer una dicotomía entre violentado y violentador, sin embargo se olvida incluir a un tercer elemento: los espectadores. Porque todo acto de violencia es en si un espectáculo; los deportes, como violencia sublimada, así lo dejan entrever. Es entonces importante contemplar a este elemento que se postula como capital en el análisis de la violencia escolar.
La violencia como espectáculo es una reacción a la cada vez mas controladora disciplina utilizada en las escuelas. Ante la represión del deseo tal como se presenta en las aulas lo único que se provoca es el desvío de esos impulsos pero no su supresión. De ese modo todo el sometimiento pasivo dentro del salón de clases encuentra su expresión en la violencia intra y extraescolar.
Las pobres medidas disciplinarias de orden y control en los planteles solo incuban mas y mas violencia, porque las autoridades únicamente silencian los eventos como no queriendo ser partícipes de los mismos. Actúan entonces del mismo modo que los cómplices-espectadores que no denuncian el acto violentador. Pero en el caso de las estructuras de poder esto es mas grave, porque entonces se habla de negligencia y tolerancia ante dichas manifestaciones.
El bullying igual que la violencia doméstica ha cobrado importancia hasta hace poco tiempo. Siempre ha existido pero era ignorado o tolerado; las instancias jurídicas nunca lo atendieron suponiendo que era de carácter estrictamente privado entre iguales y que bastaría con la disciplina escolar para controlarlo. Se consideró una cuestión infantil y una preparación para la vida, para aprender a defenderse. Las autoridades le han dado la connotación de conflicto escolar para negar su carácter de violencia.
El bullying aparenta ser una violencia sin sentido; sin embargo no puede haber algo que carezca de sentido. Mas bien el bullying debería considerarse, junto con su equivalente adulto del mobbing, como una violencia gratuita. El segundo implica una regresión al estadio infantil de omnipotencia y a la situación perversa preobjetal en donde el otro es considerado una extensión del propio cuerpo y no un objeto separado y autónomo por lo que puede manipulársele sin preocupación por él.

El bullying y el mobbing se juegan a partir de la crisis entre identidad y poder.

  • Es de identidad porque la unión de varios compañeros contra otro u otros permite amarse ellos mismos a condición de dirigir la agresión hacia los de afuera. Así mismo la posición de los espectadores es de identificación con el agresor tratando de ser amados por él para no ser atacados.
  • Es de poder porque el acosador se coloca en el lugar de la ley (ya sea como vengador o abusador) para castigar a otros; los espectadores en este caso colaboran con un pacto de silencio, cerrando así el círculo perverso.
Analizando a todos los involucrados en un acto de bullying – sin negar el carácter particular de cada caso – pueden encontrarse los siguientes aspectos:

  • El acosador: No es un problema moral sino una situación perversa (porque se mantiene un secreto o un pacto con un auditorio cómplice en acción y omisión) y sociopática (por el abuso y violación de los derechos de los demás). Para él, su actuación es correcta y por lo tanto, no se auto-condena, lo que no quiere decir que no sufra por ello.
  • El acosado: Es elegido por una cualidad, una excepcionalidad que lo hace sentir “especial”. Su tardía reacción se debe entonces a la “seducción” de su posición privilegiada; el acoso le da un lugar que espera mantener y no perder, de ahí su carácter masoquista y neurótico.
  • Los espectadores: La palabra es lo único que permite desarticular el juego perverso del bullying, sin embargo el grupo mantiene una relación de ambivalencia (respeto y miedo) ante el acosador. El espectador ocupa la posición de un voyeurista o ecuterista al respecto del cuarto de los padres; convertirse en delator lo excluiría de la relación con ellos, se sentiría entonces abandonado, o en este caso a la deriva con la posibilidad de convertirse él mismo en blanco de los ataques.
 

LOS DUELOS EN LA ADOLESCENCIA

Para Arminda Aberastury, la adolescencia, debía realizar tres  procesos de duelo, entendiéndose por tal, el conjunto de procesos psicológicos que se producen normalmente ante la pérdida de un objeto amado y que llevan a renunciar a éste. Los procesos que suceden en el duelo se han dividido en tres etapas:

1-      La negación: mecanismo por el cual el sujeto rechaza la idea de pérdida, muestra incredulidad, siente ira.

2-      La resignación, en la cual se admite la pérdida y sobreviene como afecto la pena.

3-      El desapego, en la que se renuncia al objeto y se produce la adaptación a la vida sin él.

Volviendo a Aberastury, el adolescente tenía que superar tres duelos para convertirse en adulto:

1-      El duelo por el cuerpo infantil: el adolescente sufre cambios rápidos e importantes en su cuerpo que a veces llega a sentir como ajenos, externos, y que lo ubican en un rol de observador más que de actor de los mismos.

2-      El duelo por el rol y la identidad infantiles; perder su rol infantil le obliga a renunciar a la dependencia y a aceptar responsabilidades. La pérdida de la identidad infantil, debe reemplazarse por una identidad adulta, en ese transcurso surgirá la angustia, que supone la falta de una identidad clara.

3-      El duelo por los padres de la infancia: renunciar a su protección, a sus figuras idealizadas e ilusorias, aceptar sus debilidades y su envejecimiento.

4-      Aberastury añade un cuarto duelo, al que parece otorgarle menor entidad, el de la pérdida de la bisexualidad de la infancia, en la medida en que se madura y se desarrolla la propia identidad sexual. Propone también que la inclusión del adolescente en el mundo adulto, requiere de una ideología que le permita adaptarse o actuar para poder cambiar su mundo circundante.  

EL CONFLICTO GENERACIONAL

Para Erik Erikson, el adolescente era fundamentalmente alguien en busca de su identidad. La pregunta ¿Quién soy? Era la más angustiante y también la más importante que podía hacerse. Y ¿Cómo podía ese adolescente encontrarse, saber quién era?

Erikson lo contestaba en esos términos:

“Es decir que el adulto, era el frontón necesario para que el joven tenista hiciera sus prácticas, se probara, probara los golpes, mejorara sus tiros y resultara, no sin desgaste para el frontón, un adulto hecho y derecho, es decir un buen jugador”

Así, el adolescente que crecía se encontraba con una generación adulta y se entrenaba peloteando contra ella, mejorando sus tiros, conociendo su propio estilo, sus errores y sus virtudes en el juego. Entre esa generación adulta y él había una distancia, una brecha dada por las diferencias de épocas que a cada uno le había tocado vivir y de la educación recibida.

Peter Blos (1970) decía,

“La creación de un conflicto entre las generaciones y su posterior resolución es la tarea normativa de la adolescencia. Su importancia para la continuidad cultural es evidente. Sin este conflicto no habría reestructuración psíquica adolescente”.

“El conflicto generacional es esencial para el crecimiento del self y de la civilización”.

 Este proceso de enfrentamiento generacional, era inevitablemente doloroso, obligaba a la pérdida de ilusiones, disfrutándolos, provocaba temores, falta de confianza en las propias fuerzas, tristeza, rabia, pero también, simultáneamente, sensación de triunfo, y de libertad. El fin de la infancia, la salida del paraíso provocaba angustia, muchos textos literarios recuerdan idealizadamente la niñez feliz e irresponsable y con dolor la entrada en la adolescencia con obligaciones e inseguridades. La pubertad era así, la señal del comienzo del cambio.

 El cuerpo denunciaba lo que el psiquismo tardaría mucho tiempo en adquirir, un cambio fundamental. La inercia de los afectos requería bastante tiempo para adaptarse a la nueva situación y ese tiempo no siempre estaba a disposición. Y estallaban las crisis, mezcla de regresiones y pruebas de independencia. La adolescencia era entonces, un momento de grandes cambios y consecuentes pérdidas.